Por Arturo López Levi
A las puertas de la elección presidencial estadounidense de 2016, se pueden apuntar al menos cuatro temas con consecuencias para la política norteamericana hacia Cuba:
Primero: CERO es el número de veces que un candidato ubicado en la posición que Trump se encuentra hoy ha vencido en la contienda electoral, revertiendo la lógica demográfica del mapa estadounidense, la movilización de los votantes, y la tendencia a votar por su oponente en los Estados claves del colegio electoral. Una victoria de Trump no es imposible hasta que el martes el pueblo estadounidense decida, pero ese resultado es improbable, salvo un evento inesperado que altere la trayectoria política actual. Si tal escenario ocurriese, no es de esperar que Estados Unidos cierre su embajada en Cuba o que incluya a la Isla en la lista de países terroristas, pero no auguraría una perspectiva de normalización de relaciones para los próximos años. El candidato republicano ha revertido recientemente sus posiciones favorables a la movida de Obama, anunciando sus intenciones de derogar la directiva presidencial del 14 de octubre de 2016. En contraste la probable primera mujer presidente de EE.UU. ha anunciado su intención de proseguir el rumbo adoptado en el acuerdo diplomático del 17 de diciembre de 2014. Sigue leyendo