Por Abraham Jiménez Enoa
En esta historia, ganar no importa mucho, queda en el anecdotario. El marcador solo justifica el hecho. Ni azules ni rojos reparan demasiado en el pizarrón, en el triunfo. Es el estadio de softbol “Julio A. Mella” en La Habana y se juega en su grama otra edición del “Friendship Games” entre Cuba y los Estados Unidos.
Un evento de intercambio entre las dos naciones que se celebra en la Isla por séptima ocasión –tres se han realizado en EE.UU.-, un encuentro que se ha vuelto ritual de desprendimiento, de generosa compensación para enlazar a ambos países tomando al softbol como excusa.
Una soberbia conexión que larga un fino bate de grafito y vuela hasta caer más allá de los outfielders, un abrazo, un inofensivo roletazo a la segunda almohadilla que se convierte en pifia, una calurosa palmada en el hombro. En el terreno uno percibe la intención de la iniciativa, no hay un desafío expreso entre los dos planteles, el partido funge como tal, como puente de amistad. Sigue leyendo