Fue George Santayana, uno de los grandes filósofos del siglo 20, quien escribió que “los que no pueden aprender de la historia están condenados a repetirla”. Alguna gente aprende las lecciones de la historia. Otros son inmunes a ellas. El presidente Barack Obama se encuentra básicamente en el primer grupo. Marco Rubio, quien arde en deseos de suceder a Obama, se encuentra ferozmente en el otro.
Bush, pasmosamente ignorante de la historia del área y de las complejidades y dificultades que los invasores encontrarían, además de las consecuencias adversas para la guerra de Afganistán por abrir un segundo frente, con gran desparpajo envió las tropas a Iraq. ¿Puede haber un mejor ejemplo del viejo adagio “los tontos se apresuran a entrar donde los ángeles no se atreven a pisar”?
Obama aprendió lo suficiente de las desastrosas desventuras de George W. Bush en Iraq y Afganistán como para proceder de la manera opuesta. Consciente de las potenciales repercusiones de la acción militar norteamericana, dada una situación con tantas posibles variaciones y resultados como un juego de ajedrez entre dos grandes maestros, Obama se mueve cautelosamente. Para sus críticos de la derecha y del Partido Republicano que no han aprendido nada, la acciones de Obama connotan tan solo indecisión, debilidad y, lo más serio de todo, una renuncia de facto del liderazgo norteamericano en el mundo (léase hegemonía).
¿Pueden adivinar quién aporrea los tambores de guerra más que nadie de entre la multitud de republicanos que atacan la política exterior de Obama? Nada menos que el senador Marco Rubio. Sigue leyendo