Por Wendy Guerra
Desde hace 50 años padecemos el auge del lucro en la industria de la separación familiar: Billetes aéreos, multas por exceso de equipaje, tarjetas de débito autorizadas para el cobro de remesas familiares en Cuba, pago de visas, pasaportes, impuestos de aeropuerto, continuas llamadas telefónicas y el alto costo de rutas para lograr un éxodo ilegal por terceros y cuartos países.
Quizás por todo esto existe un copioso grupo de cubanos que, cansados de esperar un cambio radical caído del cielo, y de la eterna simulación de cercanía, intenta reencontrarse, integrarse, acercarse; fundar en y desde Cuba.
Los casos se repiten y varios amigos o conocidos que salieron en los 80, 90 e inicios de los 2000 regresan tras largos años de exilio.
Lo que hace una década parecía un disparate, hoy es recurrente, muchos soñadores vuelven a la isla intentando asumir y resolver sus problemas cotidianos en familia, con recursos propios, haciendo magia con sus ahorros y desafiando la escasez, el surrealismo tropical, la incongruencia histórica y el desasosiego que nos acecha a diario. Sigue leyendo